miércoles, 29 de julio de 2009

GENESIS DEL PERONISMO ORIGINAL

Cliqueá para ampliar - Presentación del libro a las 19 hs.

por Taller de Historia Desde Abajo (*)


En la década del ‘30, producto de un importante proceso de concentración, existía una fuerte diferenciación interna en la burguesía industrial Argentina. El sector más concentrado correspondía a las empresas extranjeras o vinculadas al capital extranjero que, a fines de la década, controlaba el 57.6% de la producción.

El 42.6 % restante es producido por el 98.6% de los establecimientos que son en su casi totalidad establecimientos semifabriles o pequeñas fábricas.

Este proceso de gran diferenciación dentro de la industria ha producido un nuevo actor social: la burguesía industrial pequeña o mediana que poseía un importante potencial industrial a pesar de lo cual su debilidad frente a la otra fracción burguesa era indiscutible. Esto se evidencia en la falta de canales, tanto políticos como corporativos, para la defensa y representación de sus intereses.

Obligada por su debilidad esta pequeña y mediana burguesía industrial se ve obligada a buscar alianzas. A partir del 4 de junio de 1943 comienza a efectivizar su alianza con un sector del ejército, alejado de los sectores tradicionales del arma; perteneciente a las armas de Ingeniería e Infantería y que está al frente de las empresas siderúrgicas estatales fundadas en esos años (Acindar en 1942; Santa Rosa en 1943; Altos Hornos Zapla en 1945; Somisa en 1947) .

Este sector militar tuvo como núcleo impulsor al Grupo de Oficiales Unidos (GOU) de quién el coronel Juan Domingo Perón fue uno de sus líderes. La base de esta alianza es el desarrollo del mercado interno de bienes de consumo.

De la confluencia de estos sectores con las expresiones mayoritarias de la clase obrera se conformará lo que hemos llamado el peronismo original. Para que esta alianza, que toma el nombre político de peronismo, se concrete es decisiva la participación de la clase obrera.

La primer pregunta y fundamental para avanzar en la comprensión de medio siglo de historia Argentina es: ¿qué ganaba la clase obrera con su participación en el peronismo?

La segunda no menos importante pues completa a la primera es: ¿en qué condiciones participó la clase obrera en la alianza peronista?

Estas dos preguntas son los ejes para avanzar en la comprensión del período 1945 - 1975 y son las que orientan nuestra investigación.

La base objetiva para que la clase obrera participe de la alianza peronista está dada por la acción de la Secretaría de Trabajo y Previsión entre 1943 y 1945 .

El movimiento obrero ve logradas en ese período reivindicaciones que tienen décadas de postergaciones y otras que nunca habían figurado en sus objetivos desde su constitución a fines del siglo XIX.

Lo señala con claridad Aníbal Villaflor, dirigente sindical portuario y militante de la Unión Sindical Argentina (USA) en la década del ‘30, e integrante de la Comisión de Enlace Intersindical que organizó las movilizaciones del 17 de octubre: “ Perón en dos años había dado al obrero todo por lo que veníamos peleando y perdiendo desde muy atrás, (...) era muy difícil no ser peronista. Además de lo conseguido, era el respeto que empezaba a haber con el trabajador lo que a mucha gente la cambió (....) los días pagos por enfermedad, vacaciones pagas, después vino el aguinaldo,...para mí lo principal era que se terminaba el miedo de discutirle a los patrones", (se refiere a la formación de los tribunales del trabajo) “(...) los tribunales para ir a pleitear con los patrones, eso a la gente la agrandaba, le daba orgullo y eso no se quita así nomás.”

El movimiento obrero venía buscando opciones políticas para la defensa de sus intereses que no se agotaban en la defensa del Secretario de Trabajo y Previsión.

Lo dice Luis Gay, miembro de la USA, dirigente del gremio telefónico desde 1928, secretario General de la CGT y presidente del Partido Laborista en 1945: “Nosotros buscamos un acercamiento con los radicales y los socialistas, para entendernos en una acción común . Pero ellos solo querían que les diéramos nuestros votos. Nosotros pretendíamos algo más: pretendíamos tener representación en la gestión de la política social que debía continuarse en el futuro gobierno constitucional. No tuvimos éxito.”

Las conversaciones con radicales sabattinistas formaron parte de esta búsqueda. Con su fracaso, el radicalismo perdió la oportunidad histórica de demostrar que era algo más que un apéndice subordinado de la oligarquía.

Esa pretensión de “algo más” se expresó no solo en la firme oposición a que el gobierno fuera a la Corte Suprema,(la que se había negado a tomar juramento a los jueces laborales para no legalizar a la justicia laboral recién instituida). Se tradujo en la formación del Partido Laborista por parte de los principales organizadores del 17 de octubre.

Las alianzas que los sectores mayoritarios y más activos del movimiento obrero buscan con otras fracciones sociales y políticas tienen como objetivo romper la proscripción social y política de la clase obrera. Para esto la estrategia consiste en el reclamo de igualdad al Estado, en otras palabras: la mayor democratización posible del sistema institucional ante la etapa electoral que se abría, gracias a una burguesía dividida.

Se habían fracturado también los cuadros militares que llevaron a cabo la política del gobierno desde el 4 de junio del '43; Perón es obligado a renunciar a sus cargos de vicepresidente, ministro de guerra y secretario de trabajo y previsión.

Quienes definen la relación a favor de la alianza peronista en contra de la denominada Unión Democrática son los trabajadores. Interesa señalar por boca de sus protagonistas este origen decisivamente obrero del peronismo.

Decía Luis Gay el 17 de octubre de 1945: “la clase trabajadora no vive ajena (...) a las maquinaciones de la oligarquía que pretende retomar la dirección del país sin otra finalidad que retomar sus privilegios. El aspecto político que tiene este movimiento sin desnaturalizar el sentido eminentemente proletario y anticapitalista que tiene, es la mejor demostración para propios y extraños de que las organizaciones sindicales(...)han fijado principios inequívocos en cuanto a la realización de la justicia social.” (Diario La Epoca)

Angel Perelman fundador de la Unión Obrera Metalúrgica en 1943 y su primer secretario dice en sus memorias: “En lo que se llamó peronismo desde octubre de 1945 intervinieron clases sociales distintas con sus propios intereses y contradicciones(...) El Frente del 45 pudo constituirse gracias a que los trabajadores salimos a la calle el 17 de octubre”.

Desde sectores marxistas aparece una clara visión acerca de la participación de la clase obrera en la alianza peronista.

El periódico Frente Obrero, en su nº 2 de octubre de 1945 analizaba el momento: “Los acontecimientos de los días 17 y 18 de octubre han dejado perplejos y confundidos a los stalinistas, a los socialistas y en general a toda la pequeña burguesía.

(...) La ofensiva oligárquico-imperialista que había logrado movilizar a grandes sectores de la pequeña burguesía acomodada, estudiantes y profesionales se hizo sentir en el seno mismo de la oficialidad, que hasta entonces había apoyado al Coronel. La estrategia peroniana de organizar a la clase obrera para apuntalar su política nacionalista parecía haber fracasado. La oficialidad de Campo de Mayo,(...) exigió la renuncia de Perón y sus más inmediatos colaboradores y ofreció a la oligarquía algunos ministerios.

(...) La clase obrera interpretó estos acontecimientos políticos como el preludio de un inminente ataque a sus condiciones de vida: a pesar de las promesas oficiales de conservar y aún acrecentar la conquistas obreras empezó a agitarse (...) y salió a la calle parta impedir que se estabilizara un cambio político que conducía inevitablemente al poder de la burguesía agropecuaria (...)”.

Refiriéndose a la prensa socialista y comunista dice “...comparan la huelga a favor de Perón con las movilizaciones populares de Hitler y Mussolini,(...) Identificar el nacionalismo de un país semicolonial con el de un país imperialista es una verdadera ‘proeza’ teórica que no merece siquiera ser tratada seriamente; señalemos sin embargo una diferencia: los facistas utilizaban las tropas de asalto, compuestas en su mayoría por estudiantes, en contra del movimiento obrero.

(...) La verdad es que Perón, al igual que Yrigoyen, da una expresión débil, inestable y en el fondo traicionera, pero expresión al fin, a los intereses nacionales del pueblo argentino.

(...) Al gritar ¡Viva Perón! el proletariado expresa su repudio a los partidos seudo-obreros cuyos principales esfuerzos en los últimos años estuvieron orientados en el sentido de empujar al país a la carnicería imperialista.

(...) Ve que los más abiertos y declarados enemigos del Coronel lo constituyen la cáfila de explotadores que quieren enriquecerse vendiéndole al imperialismo anglo-yanqui junto con la carne de sus novillos la sangre del pueblo argentino.

(...) Sólo un cretino sin remedio puede creer que el proletariado se deje engañar totalmente con las promesas de Perón o se deslumbre con los adornos de su gorra militar. Solo quién desconoce en absoluto la situación del proletariado en la sociedad capitalista puede pretender que un movimiento que surge desde lo profundo de las capas más explotadas tenga desde el principio una expresión de clase correcta.

(...) Tomemos un solo ejemplo: la revolución de 1905 en Rusia fué encabezada en sus primeras etapas por un cura, el pope Gapón: pocos meses después el mismo proletariado que había marchado detrás de los íconos entonando los cánticos religiosos designaba a León Trosky presidente del soviet de San Petersburgo. De nosotros depende que el proletariado argentino que marchó el 17 y 18 de octubre entonando el Himno Nacional y la Marcha de San Lorenzo y aclamando a un miembro de la clase explotadora encuentre las consignas que corresponden al contenido revolucionario de su lucha.

(...) Por otra parte, la clase obrera le ha dado a los acontecimientos señalados el sentido de un verdadero triunfo suyo.
Por primera vez en muchos años ha salido a la calle y ha influido de manera importante en el curso del país. Casi todos los obreros se dan cuenta de ello; los más atrasados magnifican las proporciones de su victoria y las ventajas que obtendrán. Los más concientes la interpretan como un simple episodio, el primero de una larga lucha...”

Angel Borlenghi, dirigente sindical y futuro ministro del interior, declaraba que la huelga llamada para el 18 de octubre era “la lucha sin cuartel que hemos entablado todos los trabajadores del país con el objeto que no sean olvidadas en ningún momento, no sólo las conquistas sociales y las mejoras obtenidas por los distintos gremios, sino también la más firme expresión de nuestra profunda voluntad de que el gobierno de nuestro país no sea entregado en ningún momento a la Corte Suprema ni tampoco a la oligarquía”. (Diario La Época 17/10/45)

El Partido Laborista es el instrumento político construido por los dirigentes obreros para garantizar frente al Estado la defensa de las conquistas obtenidas.

Esto lo explican sus protagonistas:

“En ese momento no existía partido político alguno capaz de interpretar con fidelidad los genuinos sentimientos masivos del pueblo argentino, que habían desarrollado a través de la obra realizada por el coronel Perón en la S.T.P.". (Luis Monzalvo, dirigente sindical protagonista del 17 de octubre y de la fundación del Partido Laborista)

“Nos juntamos los sindicalistas (también se arrimaron algunos que nunca habían estado) para que los políticos no borraran todo lo que habíamos conseguido”. (Aníbal Villaflor).

La formación del Partido Laborista expresa la voluntad de autonomía política por parte de las fracciones mayoritarias de la clase obrera, que impulsaron el 17 de octubre, respecto de otras fuerzas políticas y sociales con las que la coyuntura las había llevado a coincidir en la defensa de Perón.

Esta voluntad de autonomía implicaba para sus protagonistas la necesidad de participar en una alianza con fracciones de clase diferentes y con diferentes intereses aunque reivindicando sus especificas reivindicaciones económicas y políticas como movimiento obrero. La Junta Promotora estuvo constituida en su totalidad por hombres del movimiento obrero. También sus métodos fueron los del movimiento obrero: todos los candidatos del Partido fueron elegidos por asambleas.

El debate acerca de la autonomía e independencia de una clase social es un debate teórico y político que excede el marco de este resumen.
Podemos precisar, sin embargo, que la firme oposición a que el gobierno quede en manos de la Corte, visualizada como el instrumento institucional de las patronales, era el punto de acuerdo todos los sindicalistas.

Otro punto era la desconfianza, más que fundada, a los partidos que decían representar a los trabajadores, como el Socialista y Comunista, o a intereses populares como el radicalismo, aliados todos a la burguesía más poderosa.

¿Cuál es el grado de conciencia acerca de la autonomía de clase necesaria para la defensa de conquistas amenazadas por intereses opuestos, que están claramente identificados? ¿Hasta donde a la propuesta del Partido Laborista podemos ubicarla en una fase estrictamente política de esa voluntad de autonomía? Voluntad que no se logra solo con elementos subjetivos, sino por las posibilidades objetivas de alianzas en la coyuntura.

Esta es la cuestión central que va a definir el destino final del Partido Laborista y la forma políticamente subordinada en que, a pesar de su protagonismo decisivo, la clase obrera va a participar de la alianza peronista.

La voluntad de autonomía sindical aparece expresada con más claridad por los dirigentes obreros que la conciencia de la necesidad de una organización política que les confiera una plena independencia como clase. La aplicación de los métodos democráticos del movimiento obrero en la construcción del partido parecen haber sido la principal diferencia con Perón y las fracciones burguesas y pequeño burguesas que participan de la alianza peronista. La debilidad para defender al partido frente a la ofensiva para disolverlo demostraba que la voluntad de autonomía estrictamente política era débil. La conducción “estratégica” de la política quedaba en manos de Perón, esto privaba a los dirigentes obreros de argumentos políticos para defender la independencia de su Partido.

(*) El “Taller de Historia desde abajo” es un grupo independiente de investigación y debate, formado a principios de la década del 90 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
El grupo que realizó este trabajo estuvo integrado por: María Angélica Bordolini, Yolanda Colom y Lucio Di Iorio. Eduardo Corbalán y Juan Romero, hicieron importantes aportes en el debate político y en la reconstrucción histórica. La coordinación estuvo a cargo de Rafael Cullen y el aporte metodológico lo realizó Viviana Civitillo. En la etapa de lectura y discusión teórica participó en sus inicios Alejandro Beer.

En octubre de 1998 el Taller realizó una serie de reuniones de debate tituladas “Las décadas de los 60 y los 70 vistas desde el fin de siglo”. A partir de ellas se conformó un taller de investigación que se propuso investigar los hechos del 20 de junio de 1973 en Ezeiza.

Lo cual, a su vez, los condujo al análisis de la relación entre la clase obrera y el peronismo a partir de 1945, y de las fracciones de clase que, en diferentes momentos, participaron de este movimiento político. El presente texto es parte de la síntesis elaborada en esta investigación.

domingo, 26 de julio de 2009

JOSE LUIS NELL Y LUCIA CULLEN

Respuesta a José Pablo Feinmann
por Rafael Cullen


Desde hace algún tiempo, el diario Página 12 viene publicando una serie de artículos del escritor José Pablo Feinmann bajo el título “Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina”. En la entrega 52 (el editor las denomina "clases", a modo de curso), Feinmann aborda la figura histórica del militante José Luis Nell, desde un par de fuentes bibliográficas y con caracterizaciones antojadizas o, al menos, apresuradas.

El historiador Rafael Cullen —hermano de Lucía Cullen, compañera de Nell y hoy figura emblemática de los trabajadores sociales argentinos— intentó contrastar las afirmaciones de Feinmann, mediante una carta enviada el 17 de noviembre (el Día de la Militancia, precisamente) de 2008 que el citado matutino aún no publica.

Seguramente sería demasiado pretencioso, para esta breve introducción, intentar evaluar la legendaria figura de Pepelu. Sin embargo, es imprescindible recordar que aún no ha sido iniciada la investigación capaz de dimensionar, debidamente, su trayectoria histórica.

Por consiguiente, no es un aporte menor a la discusión este posible punto de partida que ponemos a consideración de los lectores.


Sr. Director:

En el suplemento especial sobre Peronismo, correspondiente a la edición del domingo 16 del corriente, bajo el subtítulo: “José Luis Nell del Policlínico al suicidio”, José Pablo Feinmann hace referencia a la trayectoria política de mi cuñado José Luis Nell y menciona a mi hermana Lucía Cullen .

Me considero con derecho a un acotado derecho a réplica frente a importantes omisiones que falsifican los hechos que se mencionan.

Feinmann afirma que “… muchos jóvenes expresaron su rechazo a lo establecido por medio del odio fascista. Cierto es que hay que engañarse mucho para creer que el odio fascista implica un rechazo a lo establecido”.

Menciona luego el “racismo antisemita” y la “fascinación por la violencia” y que “… existía en la mayoría de ellos un factor de clase”. Agrega que “… pertenecían, en general, a familias pudientes, los dueños de la tierra y de la patria”.

A renglón seguido dice: “La aparición espectacular de Tacuara, el que es considerado como ‘el primer operativo urbano de la guerrilla argentina’” y relata partes del asalto al Policlínico Bancario realizado en agosto de 1963, donde Nell mata a dos trabajadores al disparar su metralleta.

Luego habla de la película que llevó al cine ese trágico suceso (1) y afirma: “A Nell se lo describe como ‘un muchacho provinciano, miembro de un grupo terrorista de ultraderecha’. Es Alfredo Alcón (…) los que hicieron la película estaban bien documentados”. Veamos si esto es cierto.

Feinmann también dice que mi cuñado es un caso excepcional de cambio político-ideológico pero no aporta nada para sustentar esa afirmación. Entonces queda establecido que puede ser un joven de familia dueña de tierras perteneciente a un grupo de ultraderecha. Ambas cosas son falsas.

José Luis Nell había nacido en una familia de baja clase media urbana. Sobre su trayectoria política ofrezco unos breves y parciales aportes hacia la verdad.

En primer lugar el asalto al Policlínico Bancario no fue hecho por la organización nazi fascista Tacuara. Lo realizó un grupo expulsado de esa agrupación por troskistas y zurdos (según el relato de Nell) que se conformó como Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT).

Este nuevo grupo, antes y después de ser detenidos o quedar clandestinos, mantuvo una estrecha relación política con el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) a través de Gustavo Rearte, co-fundador de la Juventud Peronista y un militante sindical y político (desde 1955 a 1973 cuando falleció), acusado varias veces como “comunista” dentro del peronismo (también relato de Nell e investigación propia).

El programa del MRP (redactado por Rearte) planteaba entre otras muchas cosas que para que el Movimiento (Peronista) pueda cumplir el papel de conducción, de aglutinador que la clase trabajadora le impone, debe desprenderse de los elementos burgueses y reformistas que lo frenan y superarse. Además, entre otras cosas se proponía construir la dirección revolucionaria que conduzca al proceso de liberación. (2)

Por su parte el MNRT, en noviembre de 1964 difunde un documento donde —además de citar las críticas de Lotze a la teoría kantiana del conocimiento— se abordan cuestiones tales como: “El Peronismo y la Teoría de la Vanguardia Revolucionaria”; “La ‘Vanguardia Revolucionaria’ en un país semi-dependiente”; “Peronismo y Marxismo”. La frase final de las “Conclusiones” dice: “… nadie que se diga marxista puede estar fuera del peronismo”. (3)

De estas propuestas del MRP y del MNRT —en las que participó Nell— se puede discutir mucho su viabilidad o no; se podrá no acordar con ellas o no. Sí debe reconocerse que no tienen nada en común con el fascismo y el nazismo.

Acerca de “la fascinación por la violencia que conllevaba una pasión por las armas” , escribe Feinmann en un imaginario diálogo con Nell: “Hiciste fuego demasiado rápido, José Luis”. “Casi sin ton ni son”, escribe también.

Veamos el contexto histórico. Para algunos justifica y para otros no, pero aporta a entender como estaba planteada la lucha política desde 1955.

Los que no actuaron sin ton ni son y si tuvieron intención de matar fueron los aviadores el 16 de junio de 1955 y lo hicieron: 400 o más (4).

¿Los aviadores asesinos estaban fascinados por la violencia? No lo sé. Sí tenían claro sus objetivos. “Efecto psicológico”, lo llamó uno de los ejecutores de la masacre (5). Mario Amadeo dijo: “Sin 16 de junio no hubiese habido 16 de septiembre” (6).

También fueron intencionales los 27 asesinatos de 1956 (7). Aramburu explicó con claridad la lógica de su orden de fusilar: implicaba (el movimiento de Valle) “una grave subversión de la jerarquía y el orden militares” (8).

Muertes necesarias para el orden del Ejército, garante de la construcción de un nuevo orden social. Todas estas muertes estaban en la lógica de su objetivo político: demoler el Estado de Bienestar construido por el peronismo y “reorganizar” nuestra sociedad.

Walsh se pregunta en su investigación por el ropaje liberal de los fascistas. Quiero que se me diga cuál es la diferencia entre esta concepción de la justicia y la que produjo las cámaras de gas en el nazismo. Cuando se agotó el liberalismo, siguieron Onganía, la Triple A y Videla y compañía.

Los trabajadores y luego los jóvenes que confrontaron con ese poder represor también tenían un objetivo político. Era vivir en una sociedad con niveles de justicia social por lo menos similares al primer peronismo.

Eso no los hace impolutos ni inmunes a un análisis crítico riguroso. Posiblemente en Nell pervivían conductas o gestos de su adolescencia en Tacuara. En toda ruptura con un modelo social y con la ideología dominante hay continuidades y rupturas. Lo viejo no muere fácilmente y a lo nuevo le cuesta mucho nacer.

Seguramente muchos se fascinaron con las armas que los acercaban al poder; y en algunos tal vez potenció lo peor de ellos. Pero afirmar que eran “los chicos malos de las familias de guita” es, por lo menos, falsificar sus objetivos. Aspiraban a una sociedad muy distinta a la fascista. Por lo que tenían otra lógica política. Aunque no fuese enteramente nueva. Como ha dicho un amigo de mi hermana, no eran todavía lo nuevo pero sí lo mejor de lo viejo, o aspiraban a serlo.

Ni mi cuñado ni mi hermana consideraban “un boludo, un gallina o un blando” a un laburante que no se sumaba a la lucha armada, como dice Feinmann en su diálogo imaginario con Nell (en realidad un monólogo arbitrario por falta de interlocutor).

Creían de verdad que el barrio Comunicaciones (hoy villa 31), donde se casaron clandestinamente (rodeados de villeros peronistas), iba a convertirse en un barrio decente y que el Hospital de Niños iba a estar en un hotel de la zona de Retiro. Rompieron con Montoneros, poco después de Ezeiza, cuando según ellos esa organización era un delirio (palabra que usó Lucía) y esperando que el Pacto Social de Perón funcionara pacíficamente.

Tampoco la parálisis total de José Luis y la desaparición de Lucía fueron producto de toda la mala suerte del mundo. El 20 de junio de 1973 fueron a Ezeiza, al frente de la columna Sur de Montoneros, con la ingenua intención de colocar sus banderas frente al palco (sin ninguna intención de coparlo) y el ataque desde allí fue el inicio organizado del disciplinamiento social que llevará a 1976 (9).

Nell se suicidó en 1974. En su decisión, junto a su parálisis y la imposibilidad de explicarse lo que sucedía en el país y en el peronismo, estuvieron presentes como tragedia las muertes del asalto al Políclinico.

El día de su entierro, entre otras cosas me dijo mi hermana: “Siempre me decía ‘mirá como estamos y murió gente que nada que ver’ y volvía sobre el Policlínico siempre. Me parece que le pesaba más que las (muertes) de los compañeros”.

Lucía Cullen (según información que llegó a mi madre) fue secuestrada en venganza por los hechos en Ezeiza y por ser la mujer de Nell. Su secuestro (donde desvalijaron su casa), según el relato de uno de ellos, fue hecho por la custodia policial del ministro del Interior de los genocidas.

El militar que dio la orden de “zona liberada” para su secuestro, fue —o es— el suegro de un dirigente justicialista. Tal vez por ello, la causa donde están los nombres de los secuestradores permanece archivada.

También esto debe formar parte de un debate político-ideológico pendiente, que es difícil y complejo. Se lo debe nuestra sociedad si quiere avanzar. Hacia mayores niveles de convivencia.

Pero para evitar injusticias con los ausentes, debe hacerse con todos los elementos. En los diálogos imaginarios de Feinmann faltan muchos. Solo he tratado de representar a mi hermana y a mi cuñado en ellos.

Buenos Aires, 17 de noviembre de 2008

NOTAS:

(1) Nota del blog: La película se llama Con gusto a rabia y se estrenó en 1965. Está dirigida por Fernando Ayala y sus protagonistas son Mirtha Legrand, Alfredo Alcón, Jorge Barreiro, Maurice Jouvet y Marcela López Rey, entre otros.

En su artículo, J. P. Feinmann entiende que “El film de Fernando Ayala está tan bien documentado que Luis Barone lo utiliza para ilustrar el asalto al Policlínico”. Efectivamente, en su documental Los malditos caminos, Luis Barone utiliza brevísimas secuencias para “ilustrar” los testimonios —que sí tienen valor documental— de algunos testigos de la época. Pero nada mas.

No podía ser de otra manera, puesto que Con gusto a rabia es, en el sentido historiográfico, una caricatura sin valor documental de ningún tipo. Fábula moralinizante creada —con buen olfato comercial, como siempre en Ayala— para atraer al público aún conmovido por el asalto a la Policlínica Bancaria.

Recurrimos al libro más citado por Feinmann, Tacuara. Historia de la primera guerrilla urbana argentina (Vergara, 2003) de Daniel Gutman, para dar a nuestro lectores una descripción aproximada del film en cuestión:

"El joven Alcón es Diego, un salteño amante del folclore, solitario y violento, enojado con la vida. Cree que 'la muerte es necesaria a veces', odia a los liberales y a los masones y se queja de que 'los yanquis sacan la plata del país'. Sus padres lo mantienen en Buenos Aires para que estudie medicina, pero él descuida la facultad.

Mirtha Legrand es Ana, una señora de la alta burguesía que toma el té todas las tardes con sus amigas, hace actos de caridad y está casada con un estanciero que encarna Barreiro, en su primer papel importante para el cine.

El grupo que integra Diego, que suele ver filmaciones de discursos de Hitler, tiene su primera acción en un teatro, donde interrumpe un espectáculo judío. 'Usureros, vende patrias, váyanse del país', grita Diego, enardecido, mientras arroja petardos al escenario, donde se canta Aba-Naguila.

Una vez que comienza el romance prohibido de Diego y Ana, él se desprende de sus inhibiciones y deja fluir su idealismo ame ella. 'Se puede cambiar todo de un golpe. Nada nos puede atar cuando de verdad se quiere hacer algo', le dice. 'Vos a lo mejor no te das cuenta. Pero hay que cambiar muchas cosas para que el país vuelva a ser nuestro', le agrega una tarde, los dos todavía en la cama después del sexo.

Sin embargo, el giro de la historia se insinúa rápidamente. La primera señal de claudicación de Diego llega cuando, celoso porque el marido le regala alhajas a Ana, también él le compra objetos de valor, aunque con plata robada.

Finalmente, el grupo asalta el Policlínico Bancario, en una escena filmada en el escenario real del hecho. Es Diego quien anestesia al chofer de la ambulancia y también quien dispara las dos ráfagas de ametralladora contra los empleados que traían la plata en el furgón. Pero después muestra su verdadero rostro. 'Ya estoy harto de arriesgar el pellejo por la causa, por una causa que no nos lleva a ningún lado', se transforma, mientras sopapea a un compañero que intenta hacerlo recapacitar y se lleva la valija con el botín del asalto.

Con toda la plata del Policlínico Bancario en su poder. Diego le propone a Ana que se escape con él, pero ella, aunque lo ayuda a cruzar clandestinamente al Uruguay, se queda en Buenos Aires. Él se esconde en un campo, pero la policía lo encuentra. Cuando le avisan que lo tienen rodeado responde a los tiros y lo terminan matando. Ana, a quien se ve volver a los brazos de su elegante y ricachón marido, lo había delatado”.

(2) Baschetti, Roberto. Documentos….1955-1970, págs.319/323.
(3) Baschetti, Opus cit. págs. 331/344.
(4) Chaves, Gonzalo.“La masacre de Plaza de Mayo”.
(5) Néstor Noriega en Chaves, Op. Cit. p.22.
(6) Chaves, Op. Cit. p.139.
(7) Walsh, Rodolfo. “Operación Masacre”.
(8) Rouquié, Alain. “Poder militar y sociedad política p.137.
(9) Verbitsky, Horacio. “Ezeiza”.

miércoles, 22 de julio de 2009

SIGNIFICACION HISTORICA DE ROSAS

por Silvio Frondizi

Aún en nuestros días, la figura de Juan Manuel de Rosas es idealizada como un estandarte del federalismo revolucionario del siglo XIX y hasta se le atribuye ser el predecesor de los movimientos populares del siglo siguiente. En el texto que puede leerse a continuación—extraido de La realidad argentina. Introducción histórica a su estudio (1973)— , Silvio Frondizi articula fragmentos de otros autores (Rodolfo Puiggrós, Julio Irazusta, Carlos Ibarguren y el propio Rosas, citado por este último) buscando retratar un perfil del Restaurador bastante diferenciado del que diseñaron los primeros revisionistas.


Fue la personalidad de Rosas el punto de partida de todo un movimiento, llamado "revisionista", que tuvo el gran mérito de rechazar las conclusiones totalmente falseadas de nuestra historiografía clásica.

Tiene, sin embargo, algunos defectos graves; el primero, es el de limitar la investigación revisionista a Rosas y todo lo que a él se refiere.

El segundo, es el de deformar el significado histórico de Rosas al no comprender su papel transitorio, y por lo tanto la inevitabilidad de su desaparición. Sueña entonces en una Argentina paternalista basada en la estancia y el gaucho. (1)

Pero lo más grave e incomprensible es que muchos marxistas, que se volcaron al nacionalismo revolucionario, siguieron esta línea y sin entender que si se marcha hacia la transformación revolucionaria de las estructuras de nuestra sociedad, no se puede glorificar el estancamiento, no se puede rechazar el desarrollo capitalista, como etapa previa del salto cualitativo, hacia el socialismo.

Y viceversa, si se exalta el paternalismo de tipo rosista, no puede estarse en una posición revolucionaria tendiente a dar a la sociedad una estructura comunitaria. Sobre todo ahora que el "gauchaje" del país se ha transformado en el obrero del cinturón industrial del Gran Buenos Aires.

Este error ha sido comprendido, sin embargo, con toda claridad por uno de ellos, Rodolfo Puiggrós, que escribe: "Este prólogo quedaría incompleto si no puntualizáramos dos críticas a los rosistas militantes. Son:

1ro. - Su creencia de que los gérmenes de un capitalismo nacional en la esfera rural —la expansión y organización de las estancias junto con el desarrollo de la economía mercantil en la época de Rosas— pudieran ser los orígenes de un desarrollo autónomo del capitalismo argentino, prescindiendo del mercado mundial, de la existencia del imperialismo y del progreso alcanzado por las naciones más adelantadas de la época. Esto es pura utopía, es no tener en cuenta que nuestro país no estaría hoy a la altura que está sí se hubiese encerrado escasamente dentro de sus fronteras, esperando de sus acumulaciones internas de capital, de su educación técnica, de su capacidad creadora, lo que le vino del exterior en pocos años.

2do. - Su desconocimiento del doble papel que el imperialismo cumple a pesar de sí mismo: si por una parte oprime, deforma y exprime a los países poco desarrollados, como era el nuestro a mediados del siglo pasado; por la otra, se ve en la necesidad de trasplantar su técnica, incorporar sus capitales, crear clase obrera, estimular el capitalismo nacional, gestar los elementos opositores que conducen a la liberación económica de los pueblos explotados por los monopolios. Estas fuerzas o elementos se desenvolvieron progresivamente desde la caída de Rosas hasta nuestra época de revolución nacional emancipadora y son los pilares de esta revolución". (2)

Además, por suerte, no todos los rosistas cometen el grave error que venimos anotando; otros, son mucho más críticos. Podemos citar entre ellos a Julio Irazusta. Queremos referirnos ahora brevemente a uno de sus trabajos, en el que a través de documentos, muchos de ellos inéditos, pone al descubierto la personalidad de Rosas y sus verdaderos propósitos de gobierno.

Dice Irazusta en un párrafo definitorio, por tratarse de un rosista, que:

"En estrecha concomitancia con la preocupación por la política internacional, el equipo gubernativo que tomó la dirección de la provincia de Buenos Aires en las postrimerías de 1820 tenía la idea de organizar el país por medio de una liga diplomática interprovincial. La experiencia reciente había persuadido a esos hombres de que el método de los congresos o asambleas constituyentes era inadecuado entre nosotros.

Recogiendo las enseñanzas de la historia inmediatamente contemporánea, advirtieron, sin duda, que el instrumento ideal de la unificación vanamente perseguido era el encargo de las relaciones exteriores depositado por las provincias en el gobernador de Buenos Aires.

Las acciones y reacciones de unos y otros les indicaban con toda claridad que los provincianos, celosamente irreductibles en la defensa de su derecho a gobernarse por sí mismos, no eran nada recelosos para ceder aquellas facultades del poder soberano conquistado en la lucha por la autonomía, que eran evidentes resortes de un gobierno central, cuando en el gobierno de Buenos Aires se hallaba un hombre digno de confianza.

(...) La experiencia aconsejaba atenerse al método de unificar el país por el encargo de las relaciones exteriores, que había resultado viable, descartando el de reunir congreso, que habría fracasado.

Desde antes de subir al gobierno, Rosas pensaba en la liga destinada a unificar el país".

Podríamos decir, a confesión de parte relevo de prueba. Porque, cabe una pregunta: ¿Es éste el federalismo que deseaban las provincias? Evidentemente no; es casi su antítesis, Y es por eso que Rosas se opuso siempre a la reunión de un congreso general, según lo hemos dicho antes.

Como lo hace notar Puiggrós: "Los tratados, pactos o ligas, entre las provincias, aun en el caso de sustentar ideas federales, dividían la nación en grupos encontrados y favorecían a la larga las intenciones políticas de los dueños del puerto único.

El Tratado del Pilar es el ejemplo más elocuente. Fue impuesto por Ramírez y López al gobierno de Buenos Aires. Era de contenido esencialmente federal. Pero los gobernantes porteños consiguieron transformar esa alianza de las tres provincias en guerra de Ramírez y López contra Artigas, y el Tratado del Pilar no se aplicó.

El Pacto de San Nicolás, complemento del Pacto de Benegas, firmado entre el gobierno de la provincia de Buenos Aires, general Martín Rodríguez, y el caudillo santafecino Estanislao López, se resolvió, asimismo, en la derrota y muerte del caudillo entrerriano Pancho Ramírez".

Vale la pena insistir con Irazusta, y hacerlo con un trabajo posterior a la época peronista, que contiene una síntesis de su pensamiento, en el que Irazusta realiza una tarea esclarecedora con gran probidad científica.

Empieza por reconocer la posición de Rosas junto a Rodríguez. Explica a continuación las discrepancias que lo llevarán a separarse de él y agrega textualmente en una cita que será extensa pero muy instructiva: "Imposible pormenorizar los factores que dieron a Rosas el triunfo en esa pulseada de varios años, pues carecemos aquí de espacio para hacerlo. Unos estaban dados en la situación, omnímodamente determinada, y eran ajenos a su voluntad; otros se debieron a la inferioridad de sus adversarios, de sus émulos o rivales, como a la superioridad de sus asesores. Basta leer la Correspondencia entre Rosas y Quiroga en torno a la organización nacional.

(...) Lo esencial para esclarecer su enfoque del federalismo, es mostrar cómo afrontó la negociación de la Liga Litoral, desde el comienzo hasta la firma del tratado de enero, y entre esa fecha y los veinte años en que afianzó la Confederación Argentina. Fingiendo creer que nuestra federación se componía de provincias más autónomas de lo que eran.

Rosas y sus asesores abogaron por que la reunión entre ellas se efectuara sobre la base de que los representantes de cada una no serian delegados de los pueblos, sino de los gobiernos; y de que las conferencias entre ellos serían ante todo congresos diplomáticos, y subsidiariamente políticos, en la medida que cada Estado particular lo considerase conveniente.

En realidad las autonomías provinciales no eran tan vigorosas como en otras federaciones históricas, por ejemplo, Norteamérica, Alemania o Suiza; puesto que, a diferencia de esos países, la Argentina se había estrenado en la vida independiente con un gobierno central, heredado de la organización española, y el autonomismo había medrado con el debilitamiento de aquel gobierno en la década inicial de la emancipación en vez de ser un presupuesto histórico con que se debiese contar desde el principio al fundar las instituciones nacionales.

Pero como quiera que sea, a la altura de los tiempos a que se había llegado cuando Rosas debió afrontar el problema como gobernante de la provincia con mayor responsabilidad directiva, lo cierto es que las autonomías provinciales parecían más fuertes que cualquier gobierno central a establecer por acuerdo entre todas.

Y el método de Rosas y sus asesores parecía el más adecuado, después de los fracasos experimentados por seguir él a la moda de las asambleas constituyentes, y dada la verdadera relación de fuerzas entre la provincia que acaudilló la Revolución de Mayo y llevó los ejércitos nacionales a los países hermanos para ayudarles a consolidar su independencia, y las restantes que no podían ostentar títulos equivalentes, y habían bregado por la autonomía como reacción a un centralismo mal dirigido, más que como espontáneo afán de vida independiente".

Para concluir podemos ceder la palabra al doctor Carlos Ibarguren, que no puede ser sospechado de parcial. Refiriéndose a los años de ostracismo de Rosas, cuando pudo estudiar y observar el mundo para comprenderlo en su evolución, dice:

"La expansión de las ideas liberales y de la democracia, la inquietud del proletariado y la propaganda del socialismo; la indisciplina general, las consecuencias económicas de la gran industria mecánica, las luchas civiles en ambas Américas, las guerras europeas, la violenta acción imperialista de las poderosas monarquías, el positivismo y el materialismo que embestían contra la religión y la Iglesia, todo ese gran movimiento político, económico, científico y filosófico que fermentó después de 1850 conmoviendo a la sociedad, provocaba repulsión en el espíritu reaccionario y conservador de Rosas".

Estas apreciaciones de Ibarguren tienen su justificación en las propias palabras de Rosas, que el mismo autor cita:

"Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a que llaman libertad, invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida".

"Si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso".

"Debe ser prohibido atacar el principio en que reposa el orden social". "Conozco la lucha de los intereses materiales con el pensamiento; de la usurpación con el derecho; del despotismo con la libertad. Y están ya por darse los combates que producirán la anarquía sin término. ¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer? Los adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos, ¡Dios sabe solamente adonde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan a la anarquía, al lujo, a la pasión de oro, a la corrupción, a la mala fe, al caos!"

"La civilización, la moral, la riqueza, se hunden si no son sostenidas por la cooperación de todas las fuerzas sociales, para sofocar las disidencias anárquicas, y las pretensiones ambiciosas e injustas contra el equilibrio de las naciones, tanto en Europa como en América". (3)

Ésta fue siempre la posición de Rosas; ésta fue la causa de su encumbramiento y ésta fue también la causa de su ruina.

NOTAS:

(1) Confrontar a este respecto los interesantes trabajos de José M. Rosa, típico representante de esa tendencia.
(2) Rosas el pequeño, Buenos Aires. Ediciones Perennis (2ª. edición), 1953.
(3) Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo. Editorial Theoria, 1961.

viernes, 17 de julio de 2009

DE LA TORRE Y EL GOLPE DE 1930

por José María Rosa

Conversaciones con José M. Rosa (Colección Diálogos Polémicos, Editorial Colihue/Hachette, 1978) de Pablo J. Hernández es un libro más que recomendable. Especialmente, porque sus páginas incluyen el relato de las experiencias de este escritor emblemático del revisionismo rosista en la política. Lo cual permite —con permiso, Don Arturo— entender también su política de la historia y no sólo su historia de la política.
De allí hemos seleccionado algunos fragmentos que recuperan la juventud y militancia del historiador, en las filas del Partido Demócrata Progresista y en medio de las complejas jornadas que sucedieron al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen.
A muchos sorprenderá que el testimonio de Pepe Rosa revele la íntima vinculación existente entre el régimen uriburista —identificado con el corporativismo aristocrático— y el extraño progresismo democrático encabezado por Lisandro de la Torre.

Me enteré (de la revolución del 6 de setiembre de 1930) porque mi padre era revolucionario y el general (José Félix) Uriburu amigo de mi casa. También era amigo de Lisandro de la Torre.
Uriburu era un hombre honesto. (...) No quería saber nada con los políticos, palabra que pronunciaba con gesto despectivo en la boca, a su juicio causantes del mal del país, fueran radicales, conservadores o socialistas independientes. A los únicos que salvaba era a los demócrata progresistas, gente decente, y sobre todo a Lisandro de la Torre, un político tan decente que nunca ha podido ganar una elección.
Poco antes del 6 de setiembre se puso en contacto con de la Torre. Le habló de la revolución que preparaba y le ofreció un ministerio, que de la Torre no aceptó. No por estar en desacuerdo, como dicen algunos, sino porque a de la Torre no le gustaba ser segundo de nadie. Pero cuando Uriburu le dijo que esta revolución va para usted, ofreciéndole la próxima presidencia, de la Torre no se negó, se limitó a callar y esperar.
Que de la Torre seria el próximo presidente constitucional, gustara o no gustara a los políticos, lo sabía todo el mundo. Uriburu lo decía, y repetía. Si no pudo hacerlo, es otra cosa.
(...) Esa noche (5 de setiembre de 1930), noche de tensión, al llegar a mi casa, mi padre me explicó que la revolución estallaba al día siguiente. Que Uriburu levantaría Campo de Mayo (después no pudo hacerlo y debió limitarse al Colegio Militar) y necesitaba gente para pegar el bando que imponía la ley marcial.
Salí a hablar con mis amigos; resolvimos consultarlo a de la Torre. Fuimos a verlo a don Ricardo Bello para que nos facilitara el acceso a don Lisandro: lo despertamos a las seis de la mañana. Bello le habló por teléfono. De la Torre, que estaba despierto esperando la revolución, dijo que cumpliéramos lo que se nos pedía porque esto va para nosotros. Fueron sus palabras textuales.
(...) Sólo puedo decirle que Uriburu con su ministro (Matías) Sánchez Sorondo había desmontado la Federación Nacional Democrática de conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes para beneficiar, ingenuamente tal vez, la candidatura presidencial de de la Torre que sería sostenida por los demócratas progresistas; en Santa Fe y la Capital, y un nuevo partido nacional depurado de políticos del tipo Rodolfo Moreno, (Antonio) de Tomaso, (Federico) Pinedo.
Así se planeó la elección piloto de gobernador en Buenos Aires el 5 de Abril: los candidatos serían dos estancieros, Antonio Santamarina y Celedonio Pereda.
(...) Uriburu tenía fe que los gobiernos así elegidos le responderían, para su proyecto de suprimir el sufragio popular y establecer el sistema corporativo, y Lisandro de la Torre sería presidente constitucional en 1932. Visitó Rosario en el mes de marzo y acompañado por de la Torre asistió a todas las demostraciones. Hizo en Rosario la pública proclamación de de la Torre. No digo que le gustaba mucho a los conservadores pero tenían que resignarse. El presidente ordenaba, y a ellos les tocaba obedecer.
(...) Claro, nosotros los demócratas progresistas estábamos en la gloria. ¡Don Lisandro, presidente! Nuestro sueño dorado. Las cosas llegaron a tanto que allá por febrero Mario Antelo y Enzo Bordabehere se fueron a quejar que el interventor Rothe era contrario a llamar a elecciones en Santa Fe, porque este viejo zorro político tenía olfato, y se daba cuenta que los demoprogresistas eran una minoría en Santa Fe y ni aun con el fraude mejor preparado podrían ganar.
Uriburu les dijo que la elección en Santa Fe estaba asegurada, y cuando llegase el momento yo saldré a este balcón —señaló el de la Casa de Gobierno— para decir que Lisandro de la Torre es mi candidato, y al que no le guste que se vaya a su casa. Y verán ustedes como ningún conservador chistará, y todas las provincias votarán a de la Torre. Esta es la versión que oí a Antelo y Bordabehere.
De la Torre, en sus recuerdos y en sus cartas íntimas a la señora de Aldao, lo cuenta, pero omite la frase y al que no ¡e gusta que se vaya a su casa, supongo que por discreción. Pero aceptó que Uriburu lo proclamaría desde la Casa de Gobierno, y don Lisandro sabía muy bien que eso significaba que los conservadores se plegarían al candidato del gobierno.
Pues bien. Vino la elección piloto del 5 de abril (de 1931). Los radicales no se querían presentar porque se encontraban muy desamparados. (...) Fuera de unos núcleos de viejos amigos de Yrigoyen y de la juventud radical, que con Emir Mercader y Ricardo Balbín se mantenía firme, no se encontraban radicales en Buenos Aires.
Pero al gobierno le convenía que se presentaran a elecciones para que fueran derrotados. Movilizó a los antipersonalistas como Mario Guido, y después de muchas vacilaciones se consiguió que, sin esperanza alguna, aceptaran ir a elecciones.
(...) La campaña política fue entre los conservadores amansados con Santamarina/Pereda, y los radicales pesimistas con (Honorio) Pueyrredón/Guido. Había tan poca gente en los actos radicales, que varias veces pensaron en retirarse. ¿Qué pasaba? Afiliados o simpatizantes radicales había pocos. (...) En cambio los comités conservadores estaban llenos de gente, supongo que pidiendo puestos o comiendo empanadas o jugando a la taba.
Los ingenuos consejeros de Uriburu, aseguraban un triunfo abrumador de 50 ó 100.000 votos el 5 de abril. Al que seguiría otro el 19, más apretado, pero triunfo al fin, de los demócratas progresistas en Santa Fe. Después sería la bola de nieve en todas las provincias, y Lisandro de la Torre sería presidente.
(...) No había contado el gobierno con algo que hoy nos parece sencillo, pero que entonces no se tomaba en cuenta. La gente vota generalmente en contra, no a favor. Era cierto que había en esos momentos más conservadores que radicales en Buenos Aires, pero no toda la gente se clasifica por partidos políticos. El electorado independiente es el ochenta por ciento del padrón, y esos independientes estaban disconformes con el gobierno de la Revolución.
De allí lo ocurrido el 5 de abril, que asombró a todo el mundo, conservadores, radicales, y sobre todo a nosotros que perdimos la esperanza de que de la Torre fuera presidente.

lunes, 13 de julio de 2009

LA ECONOMÍA SOCIAL Y EL PERONISMO


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Mario Elgue es el autor de La economía social. Por un empresariado nacional y democrático que publicó la Colección Claves Para Todos (Editorial Capital Intelectual) en 2007.

Recientemente, ha dado a conocer la versión corregida y aumentada de dicha obra bajo el título Claves sociopolíticas para la economía social de donde hemos extraído —gracias a la generosa contribución del autor— el notable texto historiográfico que ofrecemos a continuación.


¿Populismo urbano anti-campo?

por Mario César Elgue (*)

La economía social no aparece en forma marginal en el ideario y en la acción del peronismo. Habitualmente, se vincula su primera etapa (1946-1955), con una suerte de "populismo" urbano (1), caracterizado por una política económica nacionalista y una fuerte alianza del Ejército con el movimiento sindical. De ninguna manera se relaciona esta etapa política con el desarrollo del cooperativismo o de la economía social (2).

Sin embargo, la referencia a la economía social en la literatura política de la época es apreciable. Tanto desde el Partido Laborista, como desde los dirigentes peronistas de los más diversos matices, y como desde la llamada izquierda nacional, se alude a la economía social.

¿Pero qué hay de esa política contraria a los productores agropecuarios, atribuida al peronismo? Pareciera que esa afirmación es contradictoria con el hecho de que una parte sustancial de las cooperativas agropecuarias se conformaron durante el peronismo, al amparo de una activa política tendiente a apuntalar a los chacareros y transformar a los arrendatarios en propietarios.

Es más, este proceso se mantuvo en el tiempo, favorecido por múltiples medidas oficiales, entre otras el préstamo o la cesión de galpones ferroviarios, créditos promocionales y asistencia técnica.

Y aunque una parte significativa de los excedentes de divisas se utilizó para impulsar la industrialización (pública y privada), dicho apoyo no significaba una subvención “artificial” sino que era lo que correspondía a esas circunstancias y a un proyecto nacional como el que se había puesto en marcha.

Lejos de promover una óptica anti-campo -como señalaban dirigentes del ruralismo más concentrado-, el peronismo impulsó a los pequeños y medianos productores y a las cooperativas por ellos generadas. Las cooperativas de Río Negro y Neuquén se aglutinaron en 1946. En 1947 se creó la Federación Argentina de Cooperativas Agrarias (FACA); en 1950, la Federación de Cooperativas Bonaerenses y un agrupamiento de cooperativas arroceras entrerrianas; más tarde nació ROSAFE (1954).

Es oportuno recordar, a su vez, que en 1953 se conformó la Junta Promotora de CONINAGRO que se materializó formalmente en 1956. En este período, ACA y FACA incrementaron su participación como exportadores de granos; también alcanzaron mayores exportaciones Agricultores Federados (AFA) y SanCor (3).

Se constituyó el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), como primer paso hacia el protagonismo en el comercio exterior de un sistema unitario de cooperativas agropecuarias, que estuviera en condiciones de realizar la venta directa de la producción exportable y la adquisición de materias primas y elementos necesarios para sus actividades específicas.

A partir de 1946, el IAPI reemplazó a los grandes trusts de cereales, particularmente en la producción triguera, avanzando luego en otros cereales. Mas tarde, abarcó también parte de las importaciones y, en 1954, alcanzó el 18% de las exportaciones cárneas.

Pero el IAPI no se agotaba en adquirir las cosechas de los productores y de las cooperativas, relegando a los grandes acopiadores a la condición de simples depositarios. Financiaba a los compradores de nuestros productos, establecía la tipificación de los mismos, participaba de la compra de materiales de transporte, activo fijo para YPF, aportes para la Flota Mercante e innumerables inversiones.

A partir de 1952, la baja de los precios de los productos agropecuarios en el mercado internacional, hizo que el IAPI operara a pérdida manteniendo, no obstante, el precio a los productores. También este organismo público creó “economías externas” en el comercio interno.

Por cierto, mientras los oligopolios bajaban su participación en la comercialización, las cooperativas llegaban al 50 % del acopio. El productor tenía asegurado su cobro, sin maniobras, en un plazo de 12 días, en la sucursal bancaria de su zona.

Si a lo anterior añadimos la Flota Mercante, el Estatuto del Peón y la Ley de Arrendamientos (4), podríamos decir que se trataba de una especie de reforma agraria sui generis (5), que indujo a cierta democratización del sector agropecuario con pocos ejemplos en el resto de la América Latina de esa época, en la cual la perversa dialéctica de latifundios insuficientemente explotados y minifundios sin escala agudizan una extrema polarización social (6).

La economía social como “tercera posición”

Para el ideario del peronismo originario, la economía social es sinónimo de una tercera posición en materia económica, equidistante de la capitalista liberal y del socialismo con planificación centralizada.

Así, José María Rivera, en un ensayo de 1950, se imagina a la economía social integrando a los diversos sectores económicos: “Una economía social no importa una economía sin capital, o sin capitalistas. Lo primero, porque ni aun los comunistas objetan el capital sino en cuanto, de instrumento para incrementar el poder del propio trabajo se convierte en medio para aprovecharse del trabajo ajeno. Lo segundo, porque la economía social no propugna la desaparición del capitalista, sino la limitación de los poderes absolutos que se asignó bajo el pretexto de los principios liberales".

Perón lo corrobora en su Informe al Pueblo, sobre los alcances del Segundo Plan Quinquenal, cuando critica "el equilibrio estático del capitalismo liberal" y reivindica "nuestro equilibrio dinámico, que subordina siempre lo económico a lo social y lo social a lo político, entendiendo que lo político es –en su más alta acepción– realizar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, mediante la aplicación del sistema que denominamos de economía social...”

Conviene despejar una cuestión básica sobre esta concepción. No se trata de una actitud “defensiva”, propia de situaciones de crisis, vinculada a políticas asistenciales. Por el contrario, se relaciona a fases de crecimiento económico, tiene un alcance estratégico y se enuncia como parte integrante de la política económica (y no de “acción social”).

Si bien el peronismo debe ser juzgado mucho más por su práctica que por sus formulaciones teóricas, lo cierto es que en sus definiciones programáticas aparece con nitidez el tema de la economía social.

Podemos aludir aquí a cinco elaboraciones importantes: 1) el programa del Partido Laborista para las elecciones de febrero de 1946; 2) las denominadas 20 Verdades Justicialistas, emitidas en 1950; 3) algunos discursos de Perón; 4) los trabajos de Jorge del Río, en el marco del Segundo Plan Quinquenal, y, 5) algunas intervenciones de John William Cooke en la Cámara de Diputados.

Unidades básicas de la economía social

Ya en 1946 el Partido Laborista enunciaba en su programa “la formación de cooperativas de productores, especialmente en aquellas fuentes de producción en que resulte antieconómico la subsistencia individual”. Luego, el peronismo histórico consideró a la cooperativa como el tipo preferido de empresa de sus planes quinquenales (7).

Fue el propio general Perón quien lanzó la primera Asociación de Cooperativas de Trabajo (ACTRA) desde la CGT, en 1954. Allí señaló que "actuar en forma cooperativa no implica solamente la administración y la conducción de una empresa cooperativa, sino que también significa hacerse ducho, actuar en la lucha, porque no hay lugar a dudas, de que hoy mismo hay una lucha contra el cooperativismo, lucha sórdida, porque saben que el gobierno lo apoya, y no lo pelean de frente sino de abajo" (8).

En ese tiempo, se dio especial relevancia a enunciados que apuntaban a la enseñanza de la cooperación. Por ello, el Segundo Plan Quinquenal señalaba "la difusión de los principios del cooperativismo y la constitución de cooperativas escolares y estudiantiles, a fin de contribuir a la formación de la conciencia nacional cooperativa y prestar servicios útiles a los alumnos" (9).

El justicialismo impulsó la hoy subsistente Gerencia de Cooperativas en el Banco de la Nación y definió a la cooperativa como unidad básica de la economía social, priorizándola en todas sus políticas productivas.

En lo que respecta al comercio interior, el Plan Quinquenal estimuló la creación y desarrollo de cooperativas de consumo, particularmente las que funcionaban en las asociaciones gremiales, a fin de procurar por este medio la defensa del poder adquisitivo del salario.

También se previó que cooperativas y otras entidades sin fines de lucro concurrieran a la construcción y explotación de los servicios sanitarios, subsidiarios o de pequeño volumen, en las poblaciones más pequeñas. De la misma manera, se fomentaron estas entidades en la distribución de energía eléctrica, con fiscalización pública (10).

Evidenciando una perspectiva estratégica, el Plan Quinquenal instaba a la coordinación permanente de los diversos tipos de cooperativas e incluso a la coparticipación en la fijación de las grandes políticas nacionales.

La Ley Agraria de 1973

La propuesta estratégica de economía social, que esbozara Juan Domingo Perón en sus dos primeras presidencias (1946-1955), se continuó al recuperar el poder en 1973.

Por tomar sólo una muestra: se promovió un innovador anteproyecto de Ley Agraria, elaborado por la Subsecretaría de Agricultura y Ganadería, a cargo del Ing. Horacio Giberti, que proponía que las tierras sub explotadas durante determinado tiempo podían ser expropiadas y hasta perderse el dominio sin indemnización.

Establecía la posibilidad de explotaciones cooperativas “si de acuerdo con las características de la explotación de que es objeto el inmueble adquirido o se proyecte darle en el futuro y teniendo en cuenta las modalidades ecológicas, económicas y sociológicas no fuere conveniente dividirlo en unidades económica familiares…”

En ese caso, se constituiría una o más unidades económicas multifamiliares, a los fines de ser asignadas a una cooperativa de producción. Además, para las adjudicaciones individuales, se establecía que se debía participar en el movimiento cooperativo o constituir una cooperativa específica. Se facultaba al Estado a organizar consorcios de riego, acuerdos de conservación de suelos y programas de concentración parcelaria, para superar el problema de los minifundios (11).

(*) El Dr. Mario César Elgue es el creador y Presidente del Instituto Provincial de Acción Cooperativa (IPAC), del Ministerio de la Producción de la Pcia. de Bs. As., 1992-99. Miembro del Directorio y Presidente del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES) del Ministerio de Desarrollo Social de Argentina, 2003-04. Actual Director del Posgrado de Economía Social, Mipymes asociadas y Desarrollo Local de la Universidad Nacional de Rosario. Coordinador Ejecutivo del Centro de Investigación de la Economía Social (Fundación CIESO, Delegación Buenos Aires).

NOTAS

(1) En los ámbitos académicos se ha hecho un lugar común caracterizar de “populistas” –con cierto tono despectivo– a los movimientos nacionales y populares de los países periféricos, generalmente tumultuosos, policlasistas y con liderazgos fuertes, que no responden a las formalidades “republicanas” de las metrópolis.

(2) Desde esta última corriente, una nota de Jorge Abelardo Ramos, publicada un día antes del golpe del 16 de septiembre de 1955, instaba a la organización obrera para defender la legalidad democrática y proponía transformar parte de las grandes propiedades territoriales en cooperativas de productores.

(3) Demarchi, G., Pymes agropecuarias y cooperativas, Cuadernos del IPAC, Nº 3, La Plata, 1997.

(4) Hoy, otra normativa para los arrendamientos debería tener en cuenta la nueva configuración y diversidad de los “sujetos agrarios”: desde algunos pequeños productores que arriendan todo o una parte de su campo a otros productores, contratistas o “pooles” de mayor envergadura, hasta grandes propietarios territoriales que arriendan fracciones de sus campos a importantes contratistas y fondos de inversión de siembra, entre otros.

(5) Al mencionar a estas políticas y medidas como una especie de reforma agraria, no equiparamos ésta a procesos reformistas expropiatorios más contundentes que se dieron en el marco de otros procesos revolucionarios.

(6) Del Río, Jorge, El Cooperativismo en el Segundo Plan Quinquenal argentino, en la Revista Hechos e Ideas Nro. 106/109, Bs. As., Enero / abril de 1953 y Demarchi, Gustavo, ob. cit.

(7) También se apoyó al mutualismo: el coronel Juan Domingo Perón, estando a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión y de la Vicepresidencia, fue quien promovió el Día Nacional del Mutualismo, que se conmemora desde 1945.

(8) Del Río señala que, en 1949, del total de 100 cooperativas de trabajo existentes, 62 eran de transporte automotor. En esa coyuntura, la explotación de los servicios públicos constituyó uno de los factores facilitadores del cooperativismo de trabajo, al igual que la industria de la construcción. Es el caso de “La Edilicia”, de la ciudad de Pergamino, fundada por doce obreros de la construcción en la década del 30 que, en 1950, agrupaba más de 170 trabajadores de todos los gremios. Era propietaria de una fábrica de ladrillos y de mosaicos. También, en la década del 50, funcionaban ya dos cooperativas textiles que habían sido “recuperadas” por sus ex trabajadores en relación de dependencia. (Vuotto, Mirta, Acerca de las orientaciones del cooperativismo de trabajo: el caso argentino, Comité Latinoamericano de Investigadores, ACI, Rosario, 2006)

(9) Pese a esos enunciados, muchas veces las cooperativas se decidían como una alternativa excluyente, promovida “desde arriba”, sin garantizar la autonomía de las organizaciones y sin ofrecer una capacitación acorde a las bases doctrinarias de este movimiento. Un error similar al que se ha repetido en la actualidad en planes nacionales como el de “Emergencia Habitacional” y el de “Agua más Trabajo”, en los cuales se impone el constituir cooperativas de trabajo. Al respecto, Pilar Orgaz, en un estudio crítico publicado por IFICOTRA (Córdoba, 2005) advierte sobre las consecuencias de estas “cooperativas forzosas”: cuando se pone a prueba el “ser cooperativo”, se generalizan las deserciones, el abandono del proyecto, disputas, inercia, todo ello sumado a malos resultados económicos que terminan por aniquilar el objetivo de generación de trabajo.

(10) Jorge del Río, en Electricidad y Liberación Nacional, Colección La Siringa, Buenos Aires, 1960, a la vez que critica a Perón por no haber tocado a la CADE, a la Italo y a las empresas del grupo ANSEC, reivindica sus méritos en lo que respecta al desarrollo de Agua y Energía Eléctrica, como empresa estatal y el fomento del cooperativismo eléctrico, que permitió el desarrollo de usinas populares cooperativas, que todos los gobiernos de provincia promocionaron.

(11) Fallecido el general Juan Domingo Perón (1º de julio de 1974), el ministro de Economía José Ber Gelbard es reemplazado por el Dr. Alfredo Gómez Morales (octubre de 1974), que osciló entre la transacción y el retroceso, abriendo las puertas a la eclosión del “Rodrigazo” (junio de 1975). Caído Celestino Rodrigo (julio de 1975), Antonio Cafiero “administró la crisis”, pero tuvo que ceder su lugar a Emilio Mondelli (febrero de 1976) que personificó un nuevo retroceso.

jueves, 9 de julio de 2009

DE LA INDEPENDENCIA A LA GUERRA CIVIL


Tras un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, estas breves lecturas tienen la virtud de concatenar algunos datos y perspectivas sobre aquel Congreso de 1816 más celebrado que conocido.

Los textos provienen de cuatro obras fundamentales de la historiografía nacional. Ellas son:
Historia económica del Río de la Plata, de Rodolfo Puiggrós; Argentina. La autodeterminación de su pueblo, de Silvio Frondizi; Las masas y las lanzas, de Jorge Abelardo Ramos y La saga de los Anchorena, de Juan José Sebreli.

Tal vez sorprenda a algunos la presencia de este último en un espacio orientado por el nacionalismo popular; sin embargo, tanto el indiscutible aporte de La saga... al develamiento del pasado argentino como la deseable superación de prejuicios y adscripciones sectarias, ameritan sobradamente su inclusión.



Nota 1. Las instituciones del gobierno unitario
Por Rodolfo Puiggrós

El Congreso reunido en Tucumán en 1816 declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y no dio un paso más. Era el único punto de coincidencia entre todas las provincias. Luego trasladó su sede a Buenos Aires, donde agonizó lentamente, en medio de las convulsiones de la guerra civil, hasta morir en 1820 arrasado por la montonera del litoral, que llegó a las calles mismas de la capital.

(Los diputados permanecieron arrestados tres meses en una finca alquilada por el gobierno, y aun después de ser puestos en libertad, se les obligó a comparecer varias veces ante las autoridades).

Un año antes de sucumbir, dio el síntoma inconfundible del mal que lo carcomía, al sancionar la Constitución de las Provincias Unidas en Sud América, documento tan amplio en la asignación geográfica del Estado como estrecho en el reconocimiento de los derechos de los pueblos. "Tuvimos muy presente aquella máxima: que es necesario trabajar todo para el pueblo y nada por el pueblo; por lo mismo limitamos el círculo de acción a la propuesta de elegibles", decía el manifiesto que precedió a la carta constitucional (R. O. Núm. 1300)

Ya tenemos, con esa Constitución, a la doctrina unitaria en marcha. Los caudillos y las masas les respondieron con la Convención del Pilar del 23 de febrero de 1820, impuesta a punta de lanza por Pancho Ramírez y Estanislao López (...)


Nota 2. El Congreso de 1816
Por Silvio Frondizi

Al comienzo de 1816, casi todas las provincias, incluida la del Alto Perú, habían designado sus diputados al Congreso que habría de proclamar la independencia. Estaban ausentes las provincias del Litoral, que se encontraban bajo la influencia de (José Gervasio de) Artigas.

Dos problemas se le presentaron de inmediato, uno el de la independencia, el otro el de la organización, es decir determinar la forma de gobierno.

Frente a las dificultades que hemos indicado, el Congreso procedió a la designación de un director supremo permanente; la designación recayó en la persona del coronel Juan Martín de Pueyrredón (3 de mayo), que habría de inaugurar un gobierno progresista, más que por sus ideas políticas, por su capacidad personal.

La tarea fundamental del Congreso y que lo hizo pasar a la historia, fue la declaración de la independencia, anhelada por todos, cada uno en su esfera y posición, por (José de) San Martín, Pueyrredón, Artigas, etc. Así se hizo, como es sabido, el 9 de julio de 1816.

Con la declaración de la independencia el Congreso había dado un paso importante, pero le faltaba lo más difícil, dar la forma de gobierno. Aquí se enfrentaron republicanos y monárquicos, si es que se nos permiten ambas expresiones; estos últimos representados por (Manuel) Belgrano.

La maniobra monárquica fue desbaratada por la actitud de muchos, vocero de los cuales fue fray Justo Santa María de Oro (...)

(...) Es de hacer notar que el diputado (Tomás de) Anchorena propició la forma republicana representativa federal, que habría de sancionarse en 1853, como solución momentáneamente progresista de la burguesía argentina, pero que luego serviría para imponerse frente a los derechos de los pueblos.


Nota 3. El "republicanismo" de Anchorena
Por Juan José Sebreli


Frente a las exóticas ideas de la monarquía incaica, que hacia estragos en los delegados de las provincias norteñas, le tocó paradójicamente al recalcitrante monárquico Tomás de Anchorena hacer la defensa de la forma republicana, aunque con las argumentaciones más extravagantes.

Sostuvo en esa ocasión que existía una diferencia entre el genio, los hábitos y las costumbres de los habitantes de los llanos y los habitantes de la montaña, siendo los de ésta más apegados a la forma monárquica, y los primeros los que más resistencia le oponían.

En la imposibilidad de conciliar una forma de gobierno igualmente adaptable a los llanos y a las montañas, no había más remedio que adoptar el sistema de una federación de provincias.

(...) En el Congreso de Tucumán, Anchorena se opuso a la monarquía, en parte porque ésta significaba la unificación del país, y por consiguiente, la pérdida del predominio de los intereses porteños con su monopolio portuario.

(...) El contradictorio rechazo de la monarquía por Anchorena en el Congreso de Tucumán, se debió principalmente a que no se trataba aquí de una monarquía europea, de la que se mostró siempre partidario, sino de una monarquía incaica que le resultaba repugnante por prejuicios raciales.

La teoría que identificaba la monarquía con la montaña se explica porque allí estaban los indios. Después de 1816, confesando su racismo, dirá que el proyecto de Belgrano de coronar a un descendiente de los Incas no fue rechazado por monárquico, "sino porque poníamos la mira en un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería". (Citado de Adolfo Saldías, La evolución republicana durante la revolución argentina, 1919).


Nota 4. La Constitución de 1819
Por Silvio Frondizi


Frente a las dificultades insalvables, el Congreso postergó la decisión sobre la forma de gobierno, dispuso su traslado a Buenos Aires y dictó el Reglamento Provisorio de 1817, el que después de diversas alternativas, incluso las observaciones del director supremo, quedó promulgado el 3 de diciembre.

Es muy semejante a su modelo, el Estatuto de 1815; es decir es semiunitario en la organización del gobierno, en cuanto aumenta los poderes del Poder Ejecutivo.

(...) El Congreso conocido como de Tucumán designó a mediados del año 1817 una comisión para redactar un proyecto de Constitución. La integraron los diputados (Teodoro Sánchez de) Bustamante, (Antonio) Sáenz, (Juan José) Paso, (Diego Estanislao) Zavaleta y (Mariano) Serrano, pero el anteproyecto recién se empezó a considerar en julio de 1818, ya instalado el Congreso en la ciudad de Buenos Aires, medida adoptada por el temor a que el ejercito realista, victorioso en el norte, tomara la ciudad de Tucumán. También ante la posibilidad de que los caudillos federales, establecidos en las provincias del Litoral, le cortaran las comunicaciones con las autoridades directoriales establecidas en la ciudad porteña.

Para que se tenga una idea clara del carácter centralista de este documento constitucional, debemos hacer notar que la Constitución de 1819 ni siguiera menciona a los gobernadores de provincia. No son más que funcionarios dependientes del Directorio del Estado y designados por él. Ninguna disposición se establece para el gobierno de las provincias, si bien se las menciona en el art. CXXXV, donde se establece la competencia de 'la Corte de Justicia. También silencia el funcionamiento de los entes municipales, tan importantes en la época; es así como el estatuto no contiene alusión alguna en relación a los cabildos.

En realidad la Constitución del año 1819 tiene ciertos aspectos corporativos, ya que hacía participar en la función de gobierno a las instituciones representativas del país, la Iglesia, la Universidad, el Ejército y las provincias que integraban el Senado.

El carácter indefinido se explica, porque su finalidad era la de dejar abierta la puerta para el establecimiento de una monarquía. Esta idea se imponía en algunos hombres, por las dificultades que la revolución soportaba, y por el panorama sombrío que presentaba la reacción europea, con la Santa Alianza en marcha. Los congresos posteriores de éste así lo demuestran.

(...) A raíz de la sanción de la Constitución de 1819 el director Pueyrredón renunció a su cargo y es elegido en su reemplazo el general Rondeau, el 11 de junio de 1819.

La sanción de la Constitución aceleró el estado de guerra existente entre el gobierno de Buenos Aires y los caudillos del Litoral.


Nota 5. Cómo escribían una constitución los unitarios
Por Jorge Abelardo Ramos


El Congreso Nacional reunido en Tucumán en 1816 había declarado la independencia de las Provincias Unidas.

La Santa Alianza levantó la cabeza con la caída de Napoleón: la restauración de Fernando VII señaló el triunfo de la España negra. La desarticulación producida en América Latina por las fuerzas centrífugas regionales ante la crisis del proceso revolucionario en España, hacia de la declaración de la Independencia un acto trágico e inevitable.

Pero ni la Asamblea del año XIII ni el Congreso de 1816 habían resuelto el problema cardinal. Este era, como hemos señalado, la cuestión del puerto, de la Aduana y del crédito público.

Después de tres años de tumultuosas sesiones, durante las cuales se entrechocaron tenazmente los intereses regionales irreconciliables, el Congreso reunido en Tucumán decidió trasladarse a la ciudad porteña. Esta medida obedecía al propósito de los ganaderos bonaerenses y de la burguesía comercial porteña de obtener una influencia decisiva en sus resoluciones. Se trataba de marcar con el
sello de sus privilegios el espíritu y la letra de la futura Constitución.

Durante nueve meses discutióse agriamente el texto que debía organizar la vida argentina. La Constitución del año 1819 fue el factor desencadenante de la crisis del año 20, que ya germinaba desde la caída de (Mariano) Moreno. El librecambismo ruinoso de los porteños, la política centralista que los rivadavianos llamarían "unitaria", y la posesión de las rentas en manos de Buenos Aires, habían convertido la primera década post-revolucionaria en el prólogo de la guerra civil. La Constitución de 1819 le confirió un carácter oficial.